Caminando con la gente: viendo a las personas como Jesús las ve
El primer año que mi esposo y yo llegamos a pastorear la iglesia que ahora lideramos, sabíamos que sería un reto adaptarnos al ministerio que nos esperaba.
Ambos éramos muy diferentes a la congregación que nos estaba esperando. Dos jóvenes hispanos (él de ascendencia coreana) asignados a pastorear una iglesia histórica, en su mayoría anglosajona, en una comunidad altamente hispana, muy cerca de la frontera de México.
Desde el comienzo de nuestro ministerio, sabía que sería difícil relacionarme con las personas, no únicamente por quienes eran ellas, más bien por propia incomodidad de relacionarme con personas diferentes a mí.
Diferentes en el sentido que tienen una cultura diferente, un idioma diferente (mi primer idioma es español), una idiosincrasia diferente a la mía, y sabía, que, de acuerdo a mi propia historia y experiencias con los Estados Unidos, había unos prejuicios en los cuales Dios tenía que trabajar.
Y Dios lo ha hecho. Dios ha trabajado en mis propios prejuicios y me ha mostrado que la historia de nuestros países, a pesar de que ha sido una historia muy dolorosa, llena de racismo, discriminación y abusos de poder, no definen la imagen con la que las personas fueran creadas.
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«Dios nos ha llamado a ver las personas a través de sus ojos, no los nuestros. A seguir el ejemplo de Cristo en nuestro trato y recibimiento a las personas que nos rodean.»
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Es posible caminar junto a personas que tienen diferentes formas de ver la vida, trasfondos históricos, ideales políticos. Es posible caminar junto a personas de diferentes etnias y nacionalidades, personas que hablan idiomas.
Pero una cosa que he aprendido es que este caminar junto a personas drásticamente diferente a nosotros es un trabajo que requiere intencionalidad, humildad y rendición ante lo que el Espíritu Santo está haciendo en el lugar donde nos encontramos.
A través de los ojos de Dios
Como pastores, líderes y como seguidores de Cristo, Dios nos ha llamado a ver las personas a través de sus ojos, no los nuestros. A seguir el ejemplo de Cristo en nuestro trato y recibimiento a las personas que nos rodean.
A través de todo su ministerio, como lo vemos en los evangelios, Jesús nos enseñó como mirar a las personas, sin antes examinar o filtrar el trasfondo de su vida, lo profundo de su pecado o la extensión de sus errores.
Ante Jesús, nadie podía compararse con su santidad, con su perfección y con su justicia. Mas bien, Jesús quería cambiar la perspectiva de cómo las personas se veían a sí mismas y cómo sus seguidores debían verlas.
Jesús miró a la mujer del flujo de sangre como hija amada, se sentó a comer con los pecadores y prostitutas, fue a la casa de Zaqueo, el ladrón y corrupto, y a todos ellos les cambió la vida al mirarlos y tratarles como los había creado.
Ese es el mismo llamado que el Espíritu Santo nos está haciendo, en nuestro tiempo y en el lugar que nos encontramos. A seguir las palabras de Jesús que nos dice, “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí.” (Mateo 25:40).
Por supuesto, esto no es algo nuevo que no hayamos escuchado antes. Por supuesto que debemos mirar a las personas como Dios las ve y seguir el ejemplo que Jesús nos dejó.
Sin embargo, este tiempo ha demostrado que la práctica y el ejercicio de esta enseñanza ha probado ser más difícil de lo que esperábamos. Sobre todo, en este país, donde la narrativa que escuchamos diariamente acentúa la división de pensamiento e iguala esas diferencias a cómo tratamos y recibimos a las personas.
Luchas e historias
Estoy segura de que en cada uno de nuestros ministerios hemos encontrado personas con diferentes luchas e historias:
Personas que luchan diariamente con las adicciones y el alcoholismo, personas que luchan con la pornografía y pecados sexuales, personas que luchan con la avaricia y la falta de generosidad.
Personas que han quebrantado las leyes terrenales de muchas maneras y han cometido crímenes en el pasado. Personas que cargan con la culpa y la vergüenza de sus decisiones pasadas y de la forma que escogieron vivir sus vidas. Personas que ahora están recibiendo las consecuencias de esos errores.
¿Acaso somos nosotros llamados a rechazar alguna de estas personas debido a que su pecado está en desacuerdo con mis opiniones o incluso con los valores bíblicos en los que hemos basado nuestras vidas?
¿Acaso somos llamados nosotros a rechazar a las personas porque hemos medido su pecado y de alguna forma hemos decidido que su pecado es mucho mayor al mío?
Servir y rendirse
Dios no nos ha llamado a escoger que tipo de personas servir. Dios nos ha llamado a entregar nuestras vidas humildemente, “pues todos hemos pecado y estamos privados de la gloria de Dios.” (Romanos 3:23, parafraseado).
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«… mi opinión sobre las personas, sus decisiones y sus historias es completamente irrelevante. La opinión de Dios es lo que cuenta».
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Dios también nos ha llamado a vivir vidas libres de condenación, que ofrecen a las personas la misma libertad del pecado que hemos recibido. El apóstol Pablo nos enseñó, “Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús, pues por medio de él la ley del Espíritu de vida te ha liberado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:1-2).
¿Estamos llamados a rechazar a las personas por su pecado? ¿Estamos dispuestos a caminar con ellas y enseñarles una vida libre de la condenación y la culpa que el pecado causa en nuestras vidas? ¿Estamos dispuestos a caminar con las personas sin juzgar su pasado, con empatía por su presente y con esperanza para su futuro?
A través de los 10 años que Dios me ha permitido pastorear y caminar con las personas, el Espíritu Santo me ha enseñado que mi opinión sobre las personas, sus decisiones y sus historias es completamente irrelevante. La opinión de Dios es lo que cuenta.
Mi trabajo, es caminar con las personas en medio de su sufrimiento, de sus alegrías, de su aprendizaje como discípulos. Ayudarles a navegar las complejidades de la vida y las consecuencias de sus acciones, ya sean negativas o positivas. Estar presente, orar con ellas, alimentarles física y espiritualmente.
Mi trabajo también implica examinarme diariamente, mis prejuicios, mi pecado, mi falta de fe, mis opiniones y mi resentimiento ante lo que está pasando en este mundo y entregarle todo esto a Dios. Necesito pedirle a Dios todos los días que me dé la clase de humildad requerida de mí, para ver a las personas como Dios las ve y caminar con ellas, aquí y ahora.